En sus inicios la historia del Gran Perro Japonés es idéntica a la del Akita Inu ya que derivan de él. Luego de la II Guerra Mundial muchos Akitas fueron llevados a los EEUU por las fuerzas militares. La raza fascinó a los criadores y fue creciendo en número y popularidad. El Akita Club of America fue fundado en 1956 y el American Kennel Club aceptó la raza en 1972. El Club Americano y el Japon Kennel Club no poseían acuerdos de reconocimiento de los pedigrees lo que cerró las puertas a la incorporación de nuevas líneas de sangre desde el país de origen. Por ese motivo y por la selección bajo los gustos americanos, más la posible incorporación de perros Malamute, es que los Akitas en América se tornaron muy diferentes a los japoneses. Estas diferencias de tipo se manifestaban sobretodo en la estructura ósea, siendo en los americanos más poderosa y pesada. También en la máscara negra que presentan gran parte de los americanos y que para los japoneses es una falta grave.

En abril de 1999 la FCI (Federation Cynologique International) toma la decisión de dividir la raza en dos, aceptando como Akitas a los ejemplares que cumplen con el standard japonés y creando una nueva raza, denominada Gran Perro Japonés con un standard redactado en base a las características del Akita de tipo americano. EEUU, Canadá y Gran Bretaña no aceptaron esta división y los siguieron denominando Akitas.
 
La Argentina, como país miembro de la FCI dividió a los ejemplares existentes y creó un nuevo registro para el Gran Perro Japonés. Actualmente la denominación ha cambiado por Akita Americano.

Lo que perdura en el tiempo, luego de tantos siglos, y más allá de la morfología, es el temperamento único que caracteriza a estos perros. Su dignidad y sobria calma, sumada a la audacia y coraje que demuestran, les da una mezcla de bravura e imperturbable serenidad con una actitud siempre atenta y dispuesta para defender su territorio y a su amo.